APRENDER A DISFRUTAR DE LA VIDA
Tal vez fue cuando empecé la adolescencia o incluso antes, durante la niñez, no sé. Pero hubo un día en que, igual que la diosa Atenea, me armé con un escudo para poder salir indemne de la desazón y el miedo de no saber quién era ni de dónde venía, ni qué hacía yo aquí, en lo que llamamos vida.
Necesité con urgencia huir de la incertidumbre, sacudirme las emociones y pisar tierra firme con pies de guerrera. Supongo que me pareció buena idea vivir acorazada para no sentir. No siempre lo conseguía, claro. El malestar, como la niebla espesa, se apoderó en diversas ocasiones de mi alma pero no lo suficiente como para hacer estallar de golpe la guarnición de acero que me recubría entera. Eso solo lo consiguió la muerte de Ignasi; el dolor desgarrador de su partida me dejó sin protección y en carne viva.
Eso, aunque tardé mucho en darme cuenta, fue uno de los muchos y preciosos regalos que me dejó mi hijo: aprender a sentir “a capela”, sin resistencias. Lo que nos disgusta e intentamos rechazar a toda costa se hace grande, crece, en cambio si le permitimos existir deja de molestarnos, incluso es posible que llegue a transformarse en algo agradable. Lo sé, he podido comprobarlo.
Por eso, ahora, cuando me asalta el miedo y la incertidumbre les permito que entren. Me quedo quieta y les escucho en silencio sin pretender modificarlos. Lo mismo intento con cualquier pensamiento negativo. A menudo siento vergüenza de pensar lo que pienso, pero no me riño. Me limito a sentir la vergüenza con la esperanza de que, tarde o temprano, se desvanezca.
Con cada situación complicada que me presenta la vida procuro aplicar el mismo sistema. Verla como una oportunidad de darle la vuelta. Quizá no lo consigo ni al primero, ni al segundo ni al tercer día, da igual el tiempo, lo importante es que confío en poder transformarla. Me gusta imaginarme que, de esta manera, voy quitando capas y capas de polvo acumulado durante siglos que me impiden vislumbrar quién soy. Qué hago aquí ya lo sé: aprender a amarme y a disfrutar de la vida con ilusión.
Hola Merce, precioso como siempre tus escritos y profundos pues dan que pensar, pero a veces y lo digo por mi, soy cobarde y vivo preocupada , no lo entiendo no he sufrido suficiente….porque no puedo desprenderme un poco y disfrutar mas.
N abrazo enorme y besos.
Merce
Hola estimada Mercè,
Por manera de ser, por cultura parece ser que nos cuesta menos aceptar el sufrimiento que la la alegría, pero a eso podemos darle la vuelta.
Mercè, no eres cobarde, simplemente llevamos una iniercia de siglos contraria al disfrute. Vamos a poner empeño en disfrutar cada día un ratito, aunque sea pequeño. ¿Te parece?
Un abrazo grande, grande preciosa