My way

 

Desde pequeña me ha gustado inventarme realidades paralelas, como para adornar el día a día a mi manera. Mi madre me decía que tenía mucho cuento, que era muy fantasiosa. Me decía eso y que parecía «la abogada de los pobres», porque defendía con vehemencia causas que a ella le parecían imposibles. Mi madre me adoraba, pero a veces no sabía muy bien qué hacer conmigo y la comprendo porque, ni yo, a menudo, me entiendo.

 

Lo cierto es que, en general, lo de entender ya no me importa tanto. Ahora me fijo más en lo que siento y, más en concreto, me centro en lo que me hace sentir bien. Que no tiene que ser algo creíble, adecuado, agradable o útil para los demás. No, simplemente, es mi manera de afrontar la incertidumbre de la vida. Por ejemplo, ante cualquier conflicto o desencuentro, a mi me va bien imaginar que estoy delante de una oportunidad, algo que me da miedo, sí, pero que, tal vez, me permitirá ganar flexibilidad, humildad, paciencia, tolerancia, empatía, compasión, no sé, cualidades que al final me darán paz. Y me sienta bien, a ratos, distanciarme de eso que duele, verlo como si estuviera en el teatro o fuera un sueño.

 

Es verdad que mi talón de Aquiles es ver sufrir a los míos ante sus propios desencuentros. Eso, a menudo me puede. Pero de nada sirve intentar jugar en su lugar la partida, al contrario, eso les debilita. Cada alma ha pactado experimentar lo que sea para salir fortalecida. A mi me parece que acompañar desde el amor es sostener el dolor del otro sin hacerlo nuestro. Estar presentes, a veces, simplemente, en silencio. Los desafíos familiares encierran lecciones y oportunidades para todos. «El plan es perfecto».

Me gusta ver las cosas así, a mi manera e imaginar que hay muchos universos y que mis muertos se encuentran en uno muy cerquita, que lo que llamamos muerte es un paso hacia otro realidad. El cuerpo se queda aquí, pero la energía, la luz, las experiencias acumuladas y el amor nos acompañan siempre. Para mí, el ser es eterno y vamos y venimos de una dimensión a otra, para adquirir experiencia. Eso a nuestra chispita divina no le representa ningún drama. El velo que cubre nuestra conciencia en este lado es lo que nos aturde. Aquí olvidamos que la vida es un juego, que se trata de ir rasgando velos hasta recordar quién somos y el comodín siempre es el amor, en mayúsculas.

 

Eso no quita que ante un gran desafío me sienta perdida, arrastrada por el remolino de emociones, claro, y lo paso mal, a veces, muy, muy mal como cuando murió mi hijo. Hay situaciones que nos dejan un tiempo en la más absoluta oscuridad, pero incluso en esos tiempos de locura, he obtenido consuelo en el hecho de buscar la belleza en lo rincones cotidianos, en las cosas más simples; he notado como se ilumina el alma al agradecer una palabra cariñosa, una ducha de agua caliente, un gesto amable, una mirada cómplice, una casa donde no se pasa frío y se tiene un plato en la mesa.

 

Y me encanta imaginar que mis guías se desviven para verme feliz, para que encuentre el suing y baile enamorada de la vida. Para que, en mi último suspiro, pueda decir que he vivido, a mi manera.

 

TENER FLORES EN CASA

 A veces, me siento frágil, vulnerable ante los desafíos de la vida. Cuando me siento así, agradezco el refugio que me proporciona estar en casa.

 

Mi casa es mi santuario, mi guarida, el lugar sagrado donde aflojar mi armadura. Por eso, en los días de nostalgia, la visto con flores y busco la belleza de la luz en sus rincones.

 

Y entonces me doy cuenta que estar en casa es estar conmigo, es arroparme, envolverme con ternura y permitirme volver a ser pequeña, como cuando era niña. Sin expectativas.

 

Hay algo dulce en aceptar que nos sentimos frágiles, que estamos tristes, que la vida, a veces, duele, sin más. No sé, da como paz, me produce sosiego.

BENDITA LLUVIA

 

Llueve. El susurro del agua, tan deseada, me acuna, me sosiega. Bendita agua que alivia los campos resecos, que limpia y alegra mi alma en esta tarde que huele ya a otoño.

 

Cierro los ojos para escuchar mejor el canto dulce de la lluvia y me conecto a la Tierra, a esa madre generosa que nos sostiene.

 

Sé que cuando se atraviesan duelos severos es difícil mantenerse aquí y ahora, con facilidad estamos a años luz, con la mente desbocada.

 

Pero añadir nuestra ausencia a las ausencias complica más las cosas. hay muchas maneras de regresar, de estar presentes. El duelo nos da tiempo para descubrir cada uno las suyas.

 

Cuando me pierdo, a mi me va bien parar, respirar profundo e invocar mi parte más sabia, mi poder sagrado. Con los pies bien anclados en el suelo, me gusta imaginar que soy un árbol frondoso con buenas raíces. Eso me da fuerza.

También me reconforta bañarme en el mar, disfrutar del sol al atardecer o a primeras horas de la mañana, escuchar como hoy la lluvia… pero sobre todo, lo que cura mis heridas es agradecer cada momento de la vida, buscar lo bueno en lo que aparentemente no lo es tanto. Al fin y al cabo, a mi me gusta pensar que somos chispitas divinas viviendo una aventura, por un tiempo limitado.

 

De los regalos que me han hecho mis muertos, hay uno que me encanta, que valoro mucho porque me ayuda a vivir con menos miedo, más segura y agradecida.

 

Empecé a disfrutarlo, por primera vez, cuando el desgarro por la muerte de mi hijo me daba algún respiro. En esos destellos de luz, aunque duraban poco, sentía un amor infinito. ¿Cómo era posible conectar con algo tan sublime, en medio de tanto dolor?

 

El amor que nació en mi al ser madre está presente, vive en mi para siempre. Al tomar conciencia de eso, la vida pasó a ser un lugar más agradable.

 

Ahora, al morir Lluís, mi compañero del alma, el padre de mis hijos, vuelvo a sentir esa conexión amorosa que nace de dentro y regresa a mi de la forma más inesperada.

 

Un amigo sabio, muy querido, me consoló una vez, hace años al decirme que «cuando hay amor, la presencia física no es absolutamente imprescindible, pues el amor hace presente al ausente». Cuánta verdad encierran sus palabras.

 

El amor no tiene límites ni depende de nada, va más allá de la muerte, es algo íntimo, que nos pertenece, que nos enriquece a todos. Por eso notamos a nuestros muertos vivos en nuestro corazón. Por eso somos capaces de volver a amar la vida, de abrazar y dar cariño a los que están aquí. De disfrutar de las cosas sencillas, de mirarnos con ternura.

No hay nada más gratificante que dejar brotar el amor en estado puro que hay en cada uno de nosotros.

ELLOS ESTÁN BIEN

Me imagino a mis muertos alegres, despreocupados, sin el peso de la herencia de sufrimiento y frustraciones que hay aquí, liberados ya de la incertidumbre de no saber qué hay después.

 

Sí, me los imagino amorosos, tranquilos, sin dramas, susurrándome que no tome tan apecho la vida, que juegue con ella, que no me pierda nada por orgullo, que deje estar los complejos, que no me quede en las afrentas, que sea sincera y amable conmigo misma.

 

Me encanta percibirlos así, felices y confiados, aunque cuando me atrapa la nostalgia, -como me ha ocurrido esta mañana mirando fotos- o siento dolor o miedo por algo, no puedo evitar sentirme un poco enfadada, abandonada.

 

En el fondo sé que ellos están ahí, cerquita. A solo un pensamiento. Los lazos de amor, del bueno, no se diluyen con la muerte. Al contrario, nos apuntalan, nos fortalecen. Lo demás, corre de nuestra cuenta.

Maria Mercè Castro Puig

LIBROS: «VOLVER A VIVIR»

«PALABRAS QUE CONSUELAN»

«DULCES DESTELLOS DE LUZ»

LA VIDA ES UN SOPLO

 

No hace nada fui una niña con trenzas y ahora soy una mujer mayor, de manos ya arrugadas.

 

No hace nada veía mi cuerpo como algo casi ajeno y ahora siento con gratitud cada respiración, cada latido, cada milímetro de mi piel.

 

No hace nada era casi imposible no hacer míos los conflictos de mis seres queridos y ahora sé que es más amoroso permanecer al margen. Hay batallas que no me pertenecen.

 

No hace nada creía que la muerte era el final y ahora para mi es un nuevo comienzo, lleno de infinitud de posibilidades.

 

Hace nada mi memoria se centraba en recuerdos dolorosos, ahora quiero grabar la belleza de la vida.

 

Hace nada pensaba que mi vida era dura, difícil y ahora sé que está llena de regalos, de amor, de ternura.

 

La vida es un soplo y entre medio cabe todo el Universo

 

AMAR PORQUÉ SÍ

 

 

A mi me produce una sensación de libertad inmensa amar sin condiciones. Es un privilegio querer sin pedir nada a cambio y suele producir en los demás una reacción muy agradable.

 

El cariño, por el cariño crea alegría y una sensación de poder, de seguridad, de pertenencia muy reconfortante. Ser querida es fantástico, pero querer es una elección propia, una manera de estar en la vida muy placentera.

 

No siempre lo consigo, me enredo muchas veces en capas y capas de expectativas, pero, cuando puedo darle la vuelta al marcador y entregarme con amor a lo que la vida me propone, sin más, es maravilloso.

 

Y eso empieza por sonreírme a mi misma, por darme las gracias cada vez que me trato bien, por acogerme con ternura cuando me equivoco. Ser amable contigo es el trampolín que nos permite amar a los demás tal como son. ¿No te parece?

MOMENTOS FELICES

Hay días en que nos abruma vivir, que no vemos la manera de darle la vuelta a eso que nos duele tanto. Cuando tenemos miedo nos gustaría escondernos debajo de las sábanas y desaparecer, ¿verdad?

 

Si hoy te sientes así, te propongo que nos cojamos de la mano y nos hagamos compañía. En algún momento todos nos sentimos huérfanos y necesitamos arroparnos con cariño.

 

Mira, tal vez ahora te parezca que no, pero en ti está la fuerza de tus antepasados, la capacidad de susurrarte palabras bonitas, de elegir amar y amarte sin condiciones y envolver las adversidades, sean las que sean, con dulzura.

 

La vida puede cambiar, de repente, para mal, lo sabemos, pero también para bien. No te olvides de los momentos felices, de las batallas que ya has ganado, de lo importante que has sido, eres y serás para alguien que sepa que tu felicidad es la suya. Al fin y al cabo todos, vivos y muertos, estamos unidos, enlazados por hilos de amor invisibles.

NADA ES PARA SIEMPRE

NADA ES PARA SIEMPRE

 

A veces la vida se pone difícil. Suele tener la habilidad de dar en donde más duele, en el centro de nuestra diana. Cuando eso ocurre me siento desfallecer. Aflora en mi un cansancio infinito, un desaliento familiar, antiguo, arropado por pensamientos que dan miedo.

 

Eso dura lo que dura y me mantiene paralizada hasta que esa parte sabia que tenemos todos, esa chispita divina, me recuerda que ya he vivido grandes tormentas y sea lo que sea que temo ahora pasará. Tan solo tengo que confiar y agarrarme al amor, como un náufrago a un bote salvavidas. No es fácil, lo sé, pero a mi me funciona.

 

He podido comprobar que cuando algo me desestabiliza, me aterroriza, suele ser una llamada del alma a ver esa realidad con una mirada más amorosa. Nada es blanco o negro, verdad? y la ternura, la dulzura suele iluminar los rincones más desapacibles. Nos ayuda a acoger lo que duele, hasta que el bálsamo del cariño cura las heridas.

 

Mientras tanto, creo que es bueno que no dejemos de lado la tristeza y la rabia que sentimos ante los grandes desafíos. Yo a veces me enfado incluso con los que se han ido. Que paciencia mis muertos, a los que, a veces, envidio, olvidando que la vida es un regalo, por un tiempo limitado, una aventura que, como todas, encierra momentos de desasosiego y otros de plácida calma.

 

¡Qué aguante conmigo tienen los del otro lado, los que ya se han licenciado!

AMANECER

 

Sobre todo en verano, me encanta despertarme al alba. Cuando la noche se rompe, cuando ya se intuye un nuevo amanecer es para mí un momento íntimo, agradable, mágico.

Durante ese tiempo, mi mundo guarda silencio, tan solo roto por las gaviotas que anidan en el tejado de una iglesia cercana. Somnolienta, disfruto de la pausa, de la ausencia de prisa, lejos todavía del trajín de la vida, de todo lo que traerá el nuevo día.

 

Después de la oscuridad viene la luz y, entre medio, en ese espacio sagrado nos encontramos con nosotros mismos, en tierra de nadie. Es como cuando respiramos profundamente y, antes de sacar el aire lo retenemos unos instantes. Ese es otro lapsus que me conecta, a veces, con el Universo.

 

 

Sé que no es fácil vivir con la incertidumbre que comporta el duelo, pero igual que sabemos que después de la noche viene el día, también, aunque a menudo nos parezca mentira, al dolor, si nos permitimos vivirlo sin drama, le sucede la alegría serena. Ese tránsito es más o menos largo y no termina de golpe, no, primero se intuyen destellos.

 

De nosotros suele depender mantener esa luz prendida, arropándola con ternura, sabiendo que cuando una ráfaga la apaga podemos volver a encenderla, lo mismo que ocurre cada amanecer.

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