ENCUENTROS SAGRADOS
El «in-yeon» es una palabra coreana que alude a la importancia de la conexión entre dos seres humanos. Según la religión budista, si dos personas interactúan, aunque sea por poco tiempo, sus vidas pueden estar interconectadas eternamente.
Es posible que ese encuentro, esa conexión impactante, aunque sea breve, active las memorias emocionales de lo que unió a esos dos seres en otros mundos. De eso, de las relaciones intensas que nos acompañan siempre trata la película «Vidas pasadas», de la directora Celine Song, que fui a ver el domingo.
Salí del cine con una sonrisa en la cara. La historia es una historia de amor que empieza lenta y, a medida que gana fuerza, te cautiva. O eso es lo que me pasó a mí.
Esos encuentros sagrados, que dejan una huella imborrable, contienen vivencias pasadas o futuras. El tiempo, dicen, no es lineal y algunos afirman que existen infinidad de universos paralelos.
Esa forma de ver la existencia me seduce. Todos los que hemos vivido un gran duelo sabemos que una vez atravesado el dolor el AMOR perdura, es infinito.
A mi me parece que ni una gota de amor se pierde en el Universo. Cada mirada de ternura que cruzamos con alguien se convierte en una semilla de amor, que florecerá tarde o temprano.
CONCÉDETE ESTE REGALO
Ahora, que están a punto de encenderse las luces de Navidad, que ya a nuestro alrededor se hacen planes de celebraciones, que dentro de nada empezará la fiebre de las compras, te sugiero que te otorgues un tiempo, el que puedas, de sosiego.
Quédate un ratito contigo, en silencio, para poder escuchar lo que sientes. Si tienes ganas de llorar, llora, las lágrimas limpian las heridas, son un bálsamo, una dulzura para el alma. Déjate arropar por tu luz, por ese inmenso cariño que emana de ti, concédete este regalo.
Para que nos vamos a engañar, no son días fáciles para nosotras, cada una guarda sus motivos, sus ausencias, sus desvelos. Por eso, como cada año, desde hace muchos, propongo que nos agarremos a la ternura.
Sé, porque lo he vivido, que muchas querrían dormir y no despertar hasta mediados de enero. Nosotros pasamos las primeras navidades sin nuestro hijo Ignasi, en Egipto, huyendo. Cada uno, en cada momento, hace lo que puede.
Los primeros años yo en diciembre, mes que murió nuestro hijo, me sentía morir. Es así.
Si te parece, ahora que se acerca diciembre, podemos encontrarnos en ese tiempo sin tiempo que conocemos bien los que hemos vivido grandes duelos y acompañarnos con delicadeza, sin exigencias, sin ni siquiera forzarnos a estar bien. Tan solo te sugiero que recuerdes que cada sonrisa sincera, cada abrazo, cada pensamiento y palabra amorosa reconforta, no solo a nosotras, también nos acerca a los que se han ido.
Al fin y al cabo, lo que nos separa de nuestros muertos está solo en nuestra mente, en nuestro corazón estamos todos y el amor es lo que nos acerca, es la conexión. Por los que están en este lado y en el otro, merece la pena apostar por la bondad y eso tiene que ver con el verdadero espíritu de la Navidad, ¿verdad?
BUSCAR EL LADO BUENO
A mi me resulta útil -sobre todo cuando la vida me pone en aprietos- buscar el lado bueno de aquello que, en apariencia, no tiene ninguno. Y no es porque haya nacido optimista hasta la médula, no, no. Empecé a ver la vida de ese modo por pura supervivencia; o me agarraba al amor o me ahogaba.
A todos nos gustaría que todo fluyera en armonía, sin tropiezos, y desde luego, nadie quiere pasar por esos duelos que te dejan en carne viva. No queremos sentir miedo, nos asusta el dolor y esa tristeza espesa que a menudo nos invade, ¿verdad?
Por eso, a mi me gusta quedarme con los destellos de luz que dan un sentido amoroso a lo que vivo. Me imagino que lo que la existencia me trae, es para bien aunque me cueste, más o menos verlo. Eso nada tiene que ver con la resignación. La resignación conduce a la amargura, la aceptación, en cambio, abre infinidad de posibilidades y nos reconcilia con nosotras mismas.
La muerte de mi hijo me ha enseñado muchas cosas y la más reciente de mi marido también. No hace falta decir que daría cualquier cosa porque no hubiesen ocurrido, pero como eso no lo puedo cambiar, agradezco la fortaleza que voy adquiriendo.
¿Cómo quieres vivir tu, culpando a los demás o a la mala suerte de lo que te ha sucedido o buscando en tu interior esa luz que ilumina las sobras? ¿Cerrando las puertas a la ternura o dejando salir esa parte cariñosa que te arropa y te permite ver con dulzura el lado más favorable de lo que te trae la vida?
Si apuestas por el amor, no creas que no vas a sentir dolor, miedo, rabia, celos o lo que sea. No te vas a convertir en una santa, simplemente vas a dejar de sobrevivir para vivir.
TENER FLORES EN CASA
A veces, me siento frágil, vulnerable ante los desafíos de la vida. Cuando me siento así, agradezco el refugio que me proporciona estar en casa.
Mi casa es mi santuario, mi guarida, el lugar sagrado donde aflojar mi armadura. Por eso, en los días de nostalgia, la visto con flores y busco la belleza de la luz en sus rincones.
Y entonces me doy cuenta que estar en casa es estar conmigo, es arroparme, envolverme con ternura y permitirme volver a ser pequeña, como cuando era niña. Sin expectativas.
Hay algo dulce en aceptar que nos sentimos frágiles, que estamos tristes, que la vida, a veces, duele, sin más. No sé, da como paz, me produce sosiego.
BENDITA LLUVIA
Llueve. El susurro del agua, tan deseada, me acuna, me sosiega. Bendita agua que alivia los campos resecos, que limpia y alegra mi alma en esta tarde que huele ya a otoño.
Cierro los ojos para escuchar mejor el canto dulce de la lluvia y me conecto a la Tierra, a esa madre generosa que nos sostiene.
Sé que cuando se atraviesan duelos severos es difícil mantenerse aquí y ahora, con facilidad estamos a años luz, con la mente desbocada.
Pero añadir nuestra ausencia a las ausencias complica más las cosas. hay muchas maneras de regresar, de estar presentes. El duelo nos da tiempo para descubrir cada uno las suyas.
Cuando me pierdo, a mi me va bien parar, respirar profundo e invocar mi parte más sabia, mi poder sagrado. Con los pies bien anclados en el suelo, me gusta imaginar que soy un árbol frondoso con buenas raíces. Eso me da fuerza.
También me reconforta bañarme en el mar, disfrutar del sol al atardecer o a primeras horas de la mañana, escuchar como hoy la lluvia… pero sobre todo, lo que cura mis heridas es agradecer cada momento de la vida, buscar lo bueno en lo que aparentemente no lo es tanto. Al fin y al cabo, a mi me gusta pensar que somos chispitas divinas viviendo una aventura, por un tiempo limitado.
De los regalos que me han hecho mis muertos, hay uno que me encanta, que valoro mucho porque me ayuda a vivir con menos miedo, más segura y agradecida.
Empecé a disfrutarlo, por primera vez, cuando el desgarro por la muerte de mi hijo me daba algún respiro. En esos destellos de luz, aunque duraban poco, sentía un amor infinito. ¿Cómo era posible conectar con algo tan sublime, en medio de tanto dolor?
El amor que nació en mi al ser madre está presente, vive en mi para siempre. Al tomar conciencia de eso, la vida pasó a ser un lugar más agradable.
Ahora, al morir Lluís, mi compañero del alma, el padre de mis hijos, vuelvo a sentir esa conexión amorosa que nace de dentro y regresa a mi de la forma más inesperada.
Un amigo sabio, muy querido, me consoló una vez, hace años al decirme que «cuando hay amor, la presencia física no es absolutamente imprescindible, pues el amor hace presente al ausente». Cuánta verdad encierran sus palabras.
El amor no tiene límites ni depende de nada, va más allá de la muerte, es algo íntimo, que nos pertenece, que nos enriquece a todos. Por eso notamos a nuestros muertos vivos en nuestro corazón. Por eso somos capaces de volver a amar la vida, de abrazar y dar cariño a los que están aquí. De disfrutar de las cosas sencillas, de mirarnos con ternura.
No hay nada más gratificante que dejar brotar el amor en estado puro que hay en cada uno de nosotros.
ELLOS ESTÁN BIEN
Me imagino a mis muertos alegres, despreocupados, sin el peso de la herencia de sufrimiento y frustraciones que hay aquí, liberados ya de la incertidumbre de no saber qué hay después.
Sí, me los imagino amorosos, tranquilos, sin dramas, susurrándome que no tome tan apecho la vida, que juegue con ella, que no me pierda nada por orgullo, que deje estar los complejos, que no me quede en las afrentas, que sea sincera y amable conmigo misma.
Me encanta percibirlos así, felices y confiados, aunque cuando me atrapa la nostalgia, -como me ha ocurrido esta mañana mirando fotos- o siento dolor o miedo por algo, no puedo evitar sentirme un poco enfadada, abandonada.
En el fondo sé que ellos están ahí, cerquita. A solo un pensamiento. Los lazos de amor, del bueno, no se diluyen con la muerte. Al contrario, nos apuntalan, nos fortalecen. Lo demás, corre de nuestra cuenta.
Maria Mercè Castro Puig
LIBROS: «VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ»
LA VIDA ES UN SOPLO
No hace nada fui una niña con trenzas y ahora soy una mujer mayor, de manos ya arrugadas.
No hace nada veía mi cuerpo como algo casi ajeno y ahora siento con gratitud cada respiración, cada latido, cada milímetro de mi piel.
No hace nada era casi imposible no hacer míos los conflictos de mis seres queridos y ahora sé que es más amoroso permanecer al margen. Hay batallas que no me pertenecen.
No hace nada creía que la muerte era el final y ahora para mi es un nuevo comienzo, lleno de infinitud de posibilidades.
Hace nada mi memoria se centraba en recuerdos dolorosos, ahora quiero grabar la belleza de la vida.
Hace nada pensaba que mi vida era dura, difícil y ahora sé que está llena de regalos, de amor, de ternura.
La vida es un soplo y entre medio cabe todo el Universo
AMAR PORQUÉ SÍ
A mi me produce una sensación de libertad inmensa amar sin condiciones. Es un privilegio querer sin pedir nada a cambio y suele producir en los demás una reacción muy agradable.
El cariño, por el cariño crea alegría y una sensación de poder, de seguridad, de pertenencia muy reconfortante. Ser querida es fantástico, pero querer es una elección propia, una manera de estar en la vida muy placentera.
No siempre lo consigo, me enredo muchas veces en capas y capas de expectativas, pero, cuando puedo darle la vuelta al marcador y entregarme con amor a lo que la vida me propone, sin más, es maravilloso.
Y eso empieza por sonreírme a mi misma, por darme las gracias cada vez que me trato bien, por acogerme con ternura cuando me equivoco. Ser amable contigo es el trampolín que nos permite amar a los demás tal como son. ¿No te parece?
MOMENTOS FELICES
Hay días en que nos abruma vivir, que no vemos la manera de darle la vuelta a eso que nos duele tanto. Cuando tenemos miedo nos gustaría escondernos debajo de las sábanas y desaparecer, ¿verdad?
Si hoy te sientes así, te propongo que nos cojamos de la mano y nos hagamos compañía. En algún momento todos nos sentimos huérfanos y necesitamos arroparnos con cariño.
Mira, tal vez ahora te parezca que no, pero en ti está la fuerza de tus antepasados, la capacidad de susurrarte palabras bonitas, de elegir amar y amarte sin condiciones y envolver las adversidades, sean las que sean, con dulzura.
La vida puede cambiar, de repente, para mal, lo sabemos, pero también para bien. No te olvides de los momentos felices, de las batallas que ya has ganado, de lo importante que has sido, eres y serás para alguien que sepa que tu felicidad es la suya. Al fin y al cabo todos, vivos y muertos, estamos unidos, enlazados por hilos de amor invisibles.
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