ABRAZAR LA TRISTEZA
Tengo en mi habitación, una foto, en blanco y negro, para mí entrañable: yo durmiendo «despierta», como duermen las madres que tienen al lado de su cama dos cunitas. Mis hijos se llevaban solo 21 meses y, durante un tiempo, dormimos todos juntos. Ignasi en una cuna de barrotes grande, que su padre pinto de un precioso azul celeste y Jaume, al lado, casi recién nacido, en un capazo.
Esta foto ha iluminado durante 36 años mis despertares y lo seguirá haciendo siempre. Lluís la hizo una noche que llegó tarde a casa. Y, aunque él no sale en la imagen, su alma, su amor está tan presente como nosotros.
Cuando me invade la tristeza por lo que, en apariencia, he perdido, como me ha sucedido al mirarla esta mañana, no intento evitar la nostalgia, la abrazo. Somos viejas amigas la tristeza y yo y en susurros, juntas, recordamos las alegrías que guardo en mi corazón. Ella, con su serena nostalgia, engrandece lo vivido, la ilusión de los días claros que vendrán, del cariño compartido.
Aunque la vida, a veces es dura, siempre podemos recurrir a la ternura, a las palabras de oro, esas que nos envuelven a todos con dulzura. Cuánta más armonía creamos, más reconfortados nos sentimos, ¿verdad? Al fin y al cabo todos vamos a morir y, tal vez, en nuestro último suspiro, solo nos quede el consuelo del afecto que hemos dado y recibido.
Mercè, llegint les últimes paraules d’aquest darrer post, hem recordat uns versos d’en Ponç Pons que vam llegir a casa vostra, a Menorca, l’octubre de 2015, i que des de llavors ens acompanyen:
«tot el que he donat
és el que em queda»
Petó gros i abraçada forta.
Lluís i Marian
Síii, què bó el Ponç Pons, arriba a l’ànima. Petó immens, abraçada de les que duren.