CON DELICADEZA
Cuando pasamos periodos convulsos, de esos que requieren un gran cambio interno, las emociones campan a sus anchas, sobre todo el miedo.
La inquietud, la sensación de estar siempre “en modo” alerta es agotadora, nos quedamos sin apenas fuerzas y es fácil que la negatividad, el “no voy a poder” afloren.
Cuando la mente nos remite a pensamientos terroríficos, como caballo desbocado, es el momento de tomar las riendas con firmeza y sin críticas, con delicadeza.
Cada uno de nosotros vale su peso en oro, esté bien o esté mal, por el simple hecho de ser. ¡Cuánto cuesta darse cuenta que no hay condiciones para amarse!
De pequeños, percibimos o nos parece que nos van a querer más si… (soy buena, obediente, complazco a los demás, siempre digo que sí, estudio o trabajo en tal o cual cosa, si estoy pendiente o sufro por los demás, si tengo éxito o dinero… no sé, las posibilidades son infinitas). Ante tanta exigencia, ¿dónde queda nuestra verdadera esencia?
Es bueno liberar el grano de la paja y ser sinceros con nosotros mismos, pero sobre todo conviene echar mano de la suavidad, de la ternura, de la delicadeza.
Nunca va bien, pero cuando se está mal el alma agradece infinitamente dejar la rudeza y la descortesía y ser benevolentes con nosotros mismos. Esa es la manera de atar en corto a la mente, de conseguir darle la vuelta y que juegue a nuestro favor, en vez de en contra.
Así poco a poco, resurgen los pensamientos de gratitud y en lugar de presión en el pecho o dolor en la espalda sentimos ese calorcito en el corazón, ese hilo invisible de amor que nos une a todo.
Rebrota la confianza, reaparece ante nosotros la belleza. La tempestad ha terminado. Y entonces, aunque no nos guste, comprendemos que, a menudo, el miedo nos sitúa en el camino de la luz.
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