DISFRUTAR DE LA VIDA
Recuerdo esos días de verano de mi infancia intensos, llenos del placer de estar viva, por el simple hecho de estarlo, sin anhelos ni expectativas. Vivía, entonces, segundo a segundo, saboreando el momento.
Acabadas las clases por San Juan, a finales de junio, el día se convertía en un paraíso de sorpresas en el mismo instante en que abría los ojos por la mañana. Cualquier actividad; saltar a las gomas o a las cuerdas, jugar al escondite, a canicas o a los cromos, ir a buscar el pan, ayudar en lo que fuera se convertía en una divertida y apasionante experiencia. Una aventura sin fin que terminaba al meterme en la cama y, rendida, quedar inmediatamente dormida.
Esa sensación de magia, de que todo era posible, de que el mundo era un lugar maravilloso duró hasta que la niebla de los miedo fueron empañándola. No sé cuando empezó a asustarme la vida, seguramente ocurrió cuando intenté esquivar el dolor, dar esquinazo a lo que sea que el hacerme mayor me traía.
Me enfrasqué en el uniforme de responsabilidad que imaginé que se me exigía y dejé de vivir en el aquí y ahora, refugiándome en quién sabe dónde, tal vez en ideas de un futuro mejor, de un lugar siempre inalcanzable en que, pensaba, un día sería feliz. Entretanto me hice adulta, madre, profesional y esposa a la vez.
He tardado mucho tiempo en volver a la maravillosa insensatez de la niñez y presiento que no lo hubiese logrado si en el camino no hubiese vivido lo vivido, sobre todo el golpe certero que abrió las puertas de mi alma al morir Ignasi.
Ahora muchas veces me sigo perdiendo en el ajetreo de mi mente, pero sé, tengo la certeza de que yo soy la vida y no depende de nada ni de nadie que la disfrute, que la sienta, que la acaricie, que la bendiga, que la viva.
Hoy cumplo 59 años y, en mi interior, me siento como cuando era niña.
Mucha felicidad, muchas felicidades!
Reyes, preciosa, muchas gracias y un abrazo enoooorme. Mi casa estos días huele al delicioso aroma del tilo de tu jardín. Y me encanta!!