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MI RELACIÓN CON DIOS

No sé si es porque es Semana Santa pero hoy, al levantarme, he sentido el impulso de releer el libro de Deepak Chopra “Conocer a Dios”. Recuerdo que lo compré hace años en una librería de viejo, de las que venden ejemplares de segunda mano. Fue uno de esos libros que llegó a mí en el momento oportuno.

Con Dios he mantenido desde pequeña una relación apasionada. Me he sentido cerca o lejos de él, pero nunca indiferente. Cuando murió Ignasi, como muchas de las madres que me escriben, buena parte de mi rabia la lancé contra Dios ¿pero qué significaba para mí él entonces? ¿Por qué lo acusaba, qué espera de él? Supongo que veía a Dios como alguien que podía protegerme, alguien que cuidaba a los buenos y, de alguna manera, debía castigar a los malos… La sinrazón aparente de la muerte de mi hijo, la necesidad de trascender el dolor desgarrado me condujo por un camino espiritual nuevo.

En la infancia veía a Dios como un amuleto; “cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan”, recitaba de niña para ahuyentar el miedo que me acechaba de noche. De adolescente aquel Dios no me sirvió. Entonces para mí Dios era sinónimo de religión y yo pretendía alejarme de cualquier tipo de poder, de imposición, de normas que encasillaran mis ansias de experimentar en libertad.

No sabía que Dios iba unido al despertar de mi conciencia, a mi forma de ver y entender el mundo. Dios está hecho a la medida de cada uno. Ahora para mi Dios es amor, cuando siento amor estoy con Dios o, por lo menos, la energía que conforma mi ser vibra más cerca de él. Yo entiendo poco o nada de física cuántica pero intuyo que nosotros creamos nuestra propia realidad, que Dios no tiene que salvarnos de nada, que somos nosotros al juzgar lo que está bien o mal los que nos apartamos de la luz. La luz y la oscuridad son las dos caras de una misma moneda y cada uno tiene el poder de transformar lo aparentemente malo en bueno.

NOSTALGIA

 

Las Navidades coinciden con el aniversario de la muerte de Ignasi y, durante los primeros años, desde mediados de noviembre, volvían los días oscuros. Estar de duelo es vivir en un vendaval. A veces el viento nos eleva hasta el cielo y en cuestión de nada nos baja al infierno. Duele mucho la muerte de un hijo y la añoranza es punzante en Navidad. Pero no nos queda más remedio que abrirle la puerta y respetar su ritmo. Hay que llorar para poder luego sonreír. Una mujer sabia a la que yo visitaba cuando necesitaba consuelo, me dijo un día: “en la mesa de Navidad, Ignasi estará en el corazón de los que puedan abrirse al amor” y eso es lo que intento cuando se acercan las fiestas, agrandar el cariño para sentirlo cerca, para reconfortarme a mi y a todos los que están a mi alrededor.

La nostalgia es una buena compañera, de su mano es más fácil sentir compasión. Y un corazón compasivo es solidario, por eso nunca está solo. Con la compasión podemos acercarnos al dolor de los demás, sin necesidad de juzgar nada.

No hay que hacer grandes cosas, la oscuridad disminuye con la luz de una simple cerilla. Con estar receptiva al cariño, basta. Durante estos días, no hay que forzar nada, para nosotrasla Navidadqueda lejos de las prisas y las compras. Nuestra única moneda de cambio es ahora el amor. Nuestros mejores regalos, los abrazos.

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