QUE BRILLEN LAS ESTRELLAS
Creo que somos muchas las mujeres que, de alguna manera, casi siempre inconsciente, nos sentimos más cómodas cuando no estamos del todo bien, como si nos diera miedo sentir plenitud, alegría, sobre todo a las madres que se nos ha muerto un hijo. Como si arrastráramos a cuestas el pecado original, por el simple hecho de existir.
Si a ti te ocurre lo mismo que a mí, ¿no te parece que nos merecemos darle la vuelta a esa creencia?
Hemos pasado por lo que muchos consideran lo peor de la vida, que es ver morir a un hijo, hemos recorrido un camino largo, tortuoso, inmensamente doloroso, ¿no crees que, al salir a la luz, después de tanta oscuridad la alegría serena es la recompensa?
Nuestros muertos nos han enseñado el amor incondicional y ahora nos toca a nosotras ser valientes y honrarles con la alegría serena. Si estás empezando un gran duelo esto te sonará a herejía. Tal vez tengas miedo a olvidar a esos seres que han partido y quieres con locura. Eso no va a suceder, preciosa, al contrario. Ellos son tus maestros y van a estar presentes siempre.
Al principio el dolor lo inunda todo, es normal, necesitamos tiempo y recorrer despacio el camino de introspección que requiere el duelo, pero más adelante tú eliges si los quieres recordar con alegría por todo lo que te han regalado o con amargura por que han partido. A mi me parece que ellos están bien, somos nosotras las que hemos de aprender a estarlo. Y contactar con la alegría es una buena manera de devolverles tanto como ellos nos han dado. Nuestra sonrisa también ilumina, como un cielo estrellado, su camino. Eso sin contar con lo que necesitan los que están aquí vernos de pie y contentas.
LA BELLEZA DE LA LUZ
Ya sé que no tienes ganas de nada. Te da igual el día que la noche. Duermes mal, das mil vueltas en la cama y te levantas más cansada que antes de acostarte.
Nunca habías estado tan vacía, tan triste, tan perdida. Te ha tocado lo peor, eso que ni siquiera puedes nombrar y de la tremenda sacudida se ha roto el hilo que te unía a la vida.
Hubieses dado cualquier cosa por ser tú y no él o ella. Nadie está preparado para ver morir a un ser que adora y ahora estás a la deriva, a años luz de lo que te rodea.
El camino de regreso es largo, doloroso y lento. El alma necesita tiempo para persuadirte, para traerte con suavidad de vuelta. Primero no quieres ni oírla, pero tampoco quieres quedarte muerta en vida, ¿verdad?
A mi me fue bien dejarme guiar por la belleza de la luz. Ese ha sido desde entonces mi faro. Quedarme con la paz que ofrece contemplar el cielo, sin prisas, recordar, al final del día, las cosas bonitas que he visto o que me han sucedido.
Cuando le ponemos cariño a lo que hacemos, a las cosas cotidianas, sencillas, sin expectativas, retorna la magia que nos une a los que se han ido. Y poco a poco, aunque te parezca mentira, nace de ti una alegría serena y valoras, quizá más que antes, los buenos momentos, la llamada de una voz amiga, la calidez del sol, el vigor del viento en la cara, el frescor de la lluvia, el olor a la tierra mojada…
La vida son ratitos y en nuestras manos está acoger lo que nos depara.
Foto: Fermín García
Pintura: Claude Monet
EN MEDIO DE LA TORMENTA
El duelo es un territorio desconocido, inhóspito, lleno de incerteza. Nada es como antes, todo se tambalea.
Lo que antes nos parecían buenos pilares, seguramente ya no lo son. En medio de esa gran tormenta me parece necesario, tanto como respirar, encontrar momentos de recogimiento.
Guardar silencio, acompañándonos a nosotras mismas, con la intención puesta en sentir, sin juicios ni expectativas suele ser un regalo para nuestros corazones rotos.
Es fácil, ahora, que aparezcan antiguos fantasmas, miedos ancestrales que requieren nuestra atención, como niños que buscan la mirada de sus madres. La ternura es un bálsamo para nuestras heridas. Nada como el cariño para deshacer malentendidos. Reconocer con dulzura nuestros temores nos fortalece.
Nunca hubiésemos querido ver morir a los seres que tanto amamos, no. Conocemos el desgarrador dolor de las despedidas, pero en nosotras también está el crear ese vínculo sagrado que nos une, con lazos de amor eterno, a los que ya han partido. Para eso, aunque en principio parezca inalcanzable, hemos de mantener alta nuestra capacidad de gestar confianza, de amar la vida.
¿YA TE FELICITAS?
Vamos a imaginarnos que a esa voz que está en nuestra mente, esa que suele reñirnos, que nos censura, que nos muestra lo que no hacemos bien, lo mal que pueden ir las cosas, lo imposible de darle la vuelta a lo que sea que nos suceda le otorgamos, con cariño, un merecido descanso.
En su lugar vamos a poner la atención en felicitarnos cada vez que reímos, que nos miramos con dulzura las arrugas, que recordamos lo valientes que hemos sido en mil y una ocasiones, por acogernos con cariño en las noches de insomnio, por confiar en nuestra intuición, por cada instante que nos sentimos en calma, por apreciar la luz, la belleza.
Vamos a imaginarnos que hacemos sitio a otra vocecita, mucho más afable, que nos elogia cuando tendemos la mano a alguien, cuando nos damos un capricho, cuando sentimos placer, cuando nos sorprendemos sonriendo por algo que hemos dicho, cuando al mirarnos a los ojos, en un espejo, sentimos ternura, cuando tenemos ganas de bailar, de pasear por la orilla del mar, cuando nos perdemos en el sofá viendo nuestra serie favorita o sin hacer nada.
No olvidemos felicitarnos por honrarnos a nosotras y a la vida. Ese, creo, es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros seres queridos estén en este o en el otro lado.
HABLAR DE LA MUERTE, ENRIQUECE LA VIDA
Tengo el honor de participar en la presentación del libro, » Y si mañana no estoy», de Ignacio Rabadán, el próximo 8 de febrero, a las 19h, en la librería Abacus de la calle Ausiàs Marc, 16 de Barcelona.
Es un libro con corazón que conecta ciencia, mente y espiritualidad. Ignacio Rabadán nos ayuda a ver el mundo con una perspectiva más amplia, a vivir el aquí y el ahora por encima de todo y a comprender que nuestra existencia trasciende más allá de lo que llamamos muerte.
En la presentación también participará Juan Manuel Martínez Patiño que vivió una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), a los 12 años, que le marcó la forma de ver la existencia para siempre.
Me hace ilusión acompañarles en esa aventura de hablar del duelo y la muerte para enriquecer la vida y me encantaría daros un abrazo a todos los que podáis compartir un ratito con nosotros.
ERES PODEROSA
Si hoy tienes un día complicado, difícil, de esos en que vivir se hace cuesta arriba y no encuentras un motivo para levantarte de la cama, recuerda que estás en duelo o, tal vez, en una crisis vital sin motivo aparente, da igual. Lo que sea que te suceda, forma parte de la vida, es normal y mejora si te miras, si te hablas con cariño.
Quizá ahora no puedas darle la vuelta a ese mal humor, a esa desgana, a ese dolor, a ese desanimo. Tan solo te propongo que recuerdes que eso tan desgarrador pasará, como todo y vendrán momentos luminosos, de esos que nacen de dentro y van de la mano de una sensación de alegría que no tiene nada qué ver con lo que te sucede.
Ten paciencia, en ti reside la fuerza del Universo y siempre puedes recurrir a agradecer. El agradecimiento tiene el poder de cambiar nuestro estado de ánimo, enfocarnos en lo que sí, en la parte bonita, nos ayuda a co-crear una realidad más agradable, más amorosa.
Asusta ser vulnerable, sí, pero en eso reside nuestra fortaleza. En no negar, en acoger lo que nos sucede como una oportunidad de ampliar nuestra mirada, de ser personas más compasivas, tolerantes y flexibles, en primer lugar con nosotras mismas.
Date tantas oportunidades como necesites y, sobre todo, si tu duelo es por la muerte de un hijo, no dejes de mirar con devoción a los que tienes aquí, a los que ahora necesitan el amor que eres capaz de dar. Si una cosa necesita el mundo es cariño.
Aunque hoy estés fatal, recuerda que eres poderosa. Y ni se te ocurra pensar que estás sola.
EL CAMINO DEL DUELO
El 26 de un diciembre tuvimos el accidente. El 28 los médicos confirmaron su muerte cerebral y el 31 tuvo lugar el funeral de nuestro hijo. Una semana trágica la de aquellas navidades de 1998, que ha marcado, sin duda, el resto de nuestras vidas.
En esos 25 años transcurridos caben muchas cosas y hoy me alegra decir que la inmensa mayoría han sido buenas, han dado un sentido más amoroso y sereno a mi existencia. Un duelo largo y sentido, de esos que te voltean entera, da para quitar muchas capas de arrogancia, de falsos amarres, de miedos heredados, de creencias que nos mantienen atados.
Pero nadie amanece fortalecido de un día para otro. Ese camino, de ineludible transformación, que empieza con una muerte anunciada o repentina hay que recorrerlo paso a paso, sin saltarnos tramos. El dolor del alma, dura lo que dura y hay que vivirlo entero, sin drama, sin caer en la tentación de tirar la toalla y quedarnos enganchados al sufrimiento.
Poco a poco, con todas las ayudas que tengamos a mano, vamos cayendo y levantándonos. Aprendemos a respetarnos, a no mentirnos tanto, a preguntarnos qué nos gusta y que no, a hablarnos con dulzura, a arroparnos, a ampararnos, a hacer las pequeñas cosas del día a día con agrado, con cariño, a llorar sin reparos y después lavarnos la cara para ofrecernos una sonrisa sincera.
Eso, llorar con ganas es lo primero que hice al despertar este 26 de diciembre, 25 años después, para luego dejarme envolver, con ternura, con el corazón abierto, por el amor infinito de las personas que quiero, estén aquí o allá, incluso por las que hace mil años que no veo.
ENCUENTROS SAGRADOS
El «in-yeon» es una palabra coreana que alude a la importancia de la conexión entre dos seres humanos. Según la religión budista, si dos personas interactúan, aunque sea por poco tiempo, sus vidas pueden estar interconectadas eternamente.
Es posible que ese encuentro, esa conexión impactante, aunque sea breve, active las memorias emocionales de lo que unió a esos dos seres en otros mundos. De eso, de las relaciones intensas que nos acompañan siempre trata la película «Vidas pasadas», de la directora Celine Song, que fui a ver el domingo.
Salí del cine con una sonrisa en la cara. La historia es una historia de amor que empieza lenta y, a medida que gana fuerza, te cautiva. O eso es lo que me pasó a mí.
Esos encuentros sagrados, que dejan una huella imborrable, contienen vivencias pasadas o futuras. El tiempo, dicen, no es lineal y algunos afirman que existen infinidad de universos paralelos.
Esa forma de ver la existencia me seduce. Todos los que hemos vivido un gran duelo sabemos que una vez atravesado el dolor el AMOR perdura, es infinito.
A mi me parece que ni una gota de amor se pierde en el Universo. Cada mirada de ternura que cruzamos con alguien se convierte en una semilla de amor, que florecerá tarde o temprano.
CONCÉDETE ESTE REGALO
Ahora, que están a punto de encenderse las luces de Navidad, que ya a nuestro alrededor se hacen planes de celebraciones, que dentro de nada empezará la fiebre de las compras, te sugiero que te otorgues un tiempo, el que puedas, de sosiego.
Quédate un ratito contigo, en silencio, para poder escuchar lo que sientes. Si tienes ganas de llorar, llora, las lágrimas limpian las heridas, son un bálsamo, una dulzura para el alma. Déjate arropar por tu luz, por ese inmenso cariño que emana de ti, concédete este regalo.
Para que nos vamos a engañar, no son días fáciles para nosotras, cada una guarda sus motivos, sus ausencias, sus desvelos. Por eso, como cada año, desde hace muchos, propongo que nos agarremos a la ternura.
Sé, porque lo he vivido, que muchas querrían dormir y no despertar hasta mediados de enero. Nosotros pasamos las primeras navidades sin nuestro hijo Ignasi, en Egipto, huyendo. Cada uno, en cada momento, hace lo que puede.
Los primeros años yo en diciembre, mes que murió nuestro hijo, me sentía morir. Es así.
Si te parece, ahora que se acerca diciembre, podemos encontrarnos en ese tiempo sin tiempo que conocemos bien los que hemos vivido grandes duelos y acompañarnos con delicadeza, sin exigencias, sin ni siquiera forzarnos a estar bien. Tan solo te sugiero que recuerdes que cada sonrisa sincera, cada abrazo, cada pensamiento y palabra amorosa reconforta, no solo a nosotras, también nos acerca a los que se han ido.
Al fin y al cabo, lo que nos separa de nuestros muertos está solo en nuestra mente, en nuestro corazón estamos todos y el amor es lo que nos acerca, es la conexión. Por los que están en este lado y en el otro, merece la pena apostar por la bondad y eso tiene que ver con el verdadero espíritu de la Navidad, ¿verdad?
BUSCAR EL LADO BUENO
A mi me resulta útil -sobre todo cuando la vida me pone en aprietos- buscar el lado bueno de aquello que, en apariencia, no tiene ninguno. Y no es porque haya nacido optimista hasta la médula, no, no. Empecé a ver la vida de ese modo por pura supervivencia; o me agarraba al amor o me ahogaba.
A todos nos gustaría que todo fluyera en armonía, sin tropiezos, y desde luego, nadie quiere pasar por esos duelos que te dejan en carne viva. No queremos sentir miedo, nos asusta el dolor y esa tristeza espesa que a menudo nos invade, ¿verdad?
Por eso, a mi me gusta quedarme con los destellos de luz que dan un sentido amoroso a lo que vivo. Me imagino que lo que la existencia me trae, es para bien aunque me cueste, más o menos verlo. Eso nada tiene que ver con la resignación. La resignación conduce a la amargura, la aceptación, en cambio, abre infinidad de posibilidades y nos reconcilia con nosotras mismas.
La muerte de mi hijo me ha enseñado muchas cosas y la más reciente de mi marido también. No hace falta decir que daría cualquier cosa porque no hubiesen ocurrido, pero como eso no lo puedo cambiar, agradezco la fortaleza que voy adquiriendo.
¿Cómo quieres vivir tu, culpando a los demás o a la mala suerte de lo que te ha sucedido o buscando en tu interior esa luz que ilumina las sobras? ¿Cerrando las puertas a la ternura o dejando salir esa parte cariñosa que te arropa y te permite ver con dulzura el lado más favorable de lo que te trae la vida?
Si apuestas por el amor, no creas que no vas a sentir dolor, miedo, rabia, celos o lo que sea. No te vas a convertir en una santa, simplemente vas a dejar de sobrevivir para vivir.
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