¿TE APUNTAS?
Casi todos guardamos recuerdos entrañables de los diciembres de antes de que las ausencias pesaran tanto. A mi se me subían los colores de puro gozo en esas sobremesas largas, viendo a mis mayores contentos y más tarde a mis hijos, correteando, ilusionados. Pues bien, hoy me he levantado con ganas de recuperar esa magia navideña para regalársela a mi nieto, a mi hijo y a todas las personas que quiero, estén aquí, lejos o en el otro lado.
No voy a hablar hoy de las memorias de desgarro que he vivido durante años en estas fechas, tampoco me voy a cerrar a cal y canto cuando la nostalgia, el enfado o lo que sea llame a mi puerta. Sentiré lo que tenga que sentir. Luego, sé que me tranquiliza, me da consuelo sacudirme la pereza y ponerme a hornear cariño a mi alrededor.
Empezaré hoy, a un mes de Navidad, por a encender cada día una velita, un hilo de amor, una luz de ternura con la intención de que ampare, aunque sea un poco, a todos los que empiezan un gran duelo. Y, al acostarme, repasaré todo lo bonito que me haya sucedido. Me propongo poner la atención en la belleza, en lo que me da paz, como ese cuadro de Antonio Barahona, que acompaña este texto. Un pintor sevillano que descubrí en Instagram, donde cuelga generosamente sus obras llenas de luz.
Envolveré, con un papel bonito, palabras amables para regalar, sin reparar a quién, me detendré a mirar el cielo y si se cruza alguien en mi pensamiento, le mandaré mis mejores deseos. Compraré flores, pondré música, abriré las ventanas para ventilar mi alma, para sacudirme preocupaciones, prejuicios y temores.
Y, de tanto en tanto, cerraré los ojos y dejaré reposar unos instantes las manos en mi corazón para sentir el inmenso amor que me une a mis muertos.
Maria Mercè Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
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EL DOLOR DE VALÈNCIA
Son muchos los duelos a los que se enfrenta el País Valencià; hogares desgarrados, casas y negocios destruidos, pueblos convertidas en cementerios de coches, barro, mucho barro y montañas de escombros. Lo cierto es que de poco o nada sirven hoy las palabras a esas doscientas familias que han perdido, de repente, a sus seres queridos. Empieza para muchos un largo camino y se van a necesitar muchas manos para sostener tanto dolor, tanta rabia, tanta desesperación.
Las gotas frías, en principio, pueden predecirse pero las muertes repentinas nos dejan en estado de shock, como ahora están esas familias valencianas y su dolor, tan cercano, llega, de alguna manera, a nuestros corazones. Las emociones humanas son contagiosas y a mi me parece que todo lo que pasa, aunque sea en la otra punta del mundo, llega a nuestra alma.
Por suerte contamos con gente maravillosa como la poetisa Magdalena S. Blesa que ha lanzado ese bote salvavidas a las redes:
«Mi familia y yo vivimos en Murcia. Si alguna persona necesita un hogar provisional mientras el daño de la Dana se repara, que me llame. Y si alguien se une a mi iniciativa, seremos más.
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Yo no puedo blindar casa, pero me encantaría brindar consuelo.
Maria Merce Castro Puig
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QUEDA CONTIGO UN RATITO
El tiempo se nos escurre entre las manos; son tantas las cosas por hacer, tantas obligaciones, tantos pensamientos, tantas añoranzas, tantos miedos, tanto por aguantar que a menudo no sabemos ni lo que sentimos, estamos a años luz de nosotras mismas. Es bueno parar, buscar paréntesis.
Queda un ratito contigo, preciosa, en un lugar seguro, tranquilo y mírate con los ojos compasivos de tu alma. Deja que aflore lo que sea, tal vez resurja un cansancio profundo, una tristeza soterrada o cualquier otra emoción . Es tu momento de sentir, tan solo eso, sentir, sin drama.
Así, en silencio, siente la calidez de estar por ti. Si tienes que llorar, llora, si tienes que reír ríe. No hay nada a sostener ahora. Durante estos ratitos divinos a mi me gusta dejarme arrullar por la vida, conectarme al aire que entra y sale de mi cuerpo como una caricia.
Si has vivido un gran duelo, sabes que huir no tiene sentido. La salida se encuentra dentro de nosotras, por eso necesitamos encender nuestra propia luz. Despacio, desde el corazón, en la intimidad, atravesando, al principio a oscuras, el sendero que nos lleva al pedacito de amor puro que todas llevamos dentro.
Queda contigo un ratito, tesoro y déjate mecer por ese amor que nos une a todos.
Maria Merce Castro Puig
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MI MEJOR OFRENDA
Sé que la palabra alegría quizá ahora te ofenda. Estás rota, lo sé. Estás atravesando lo peor y tu dolor se suma a tus viejos temores, a todos los gritos ahogados durante milenios.
Llevamos tan adentro lo de parir con dolor que, de alguna manera, nos sentimos cómodas con el sufrimiento. Y ahora corres el riesgo de quedarte atrapada.
La verdad es que no tienes muchas opciones. Has tocado fondo, puedes quedarte ahí y ver como se apaga tu luz o ir resurgiendo, a tu ritmo, con altos y bajos, claro, pero con la creencia nueva de que se puede ser creadora en la alegría.
No traicionas a nadie, al contrario, alumbras un camino de ternura, rompes las amarras, abres las ventanas y dejas entrar la vida, das un gran paso, envuelta en la mirada de orgullo y admiración de tus ancestros.
Por supuesto que podemos llorar tanto como necesitemos la muerte de los nuestros. A mi todavía me sienta bien hacerlo, a pesar de los años, pero eso no me quita la certeza de que la alegría y el cariño que siento por la vida es, para ellos, mi mejor ofrenda.
Me imagino… no, en realidad SIENTO su aliento en el alma, su alegría inmensa cuando estoy contenta.
Maria Merce Castro Puig
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NUESTRA MEJOR VERSIÓN
Es natural que después de un tsunami como el de la muerte de un hijo o de alguien inmensamente amado, nos escondamos, encerradas a cal y canto, heridas.
Durante tiempo, el que sea, andamos a tientas, perdidas a oscuras, no podemos sostenernos ni a nosotras mismas, aunque a menudo nos acorazamos, como guerreras, disimulando el miedo, el dolor y la pena.
Eso sirve al principio, o al menos a mi me lo pareció, hasta que me dí cuenta que me ahogaba. No me quedó otra que ir acunando lo que sentía, mientras con timidez abría a ratos las puertas a la vida. Un tira y afloja para ir dejando entrar algo de luz y, al mismo tiempo, dejar fluir la mía propia. Esa con la que nacemos.
El camino es largo, tanto que permite ir reconociendo nuestras miserias, darles la vuelta y quedarnos con nuestra mejor versión. Esa que nos mira con amabilidad y nos hace sentir merecedoras de lo que sea que deseemos.
Maria Merce Castro Puig
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PONER ORDEN
A la que me despisto, ya me estoy enredando en la vida de mis seres queridos. Es un hábito muy arraigado en las mujeres de mi familia que, al menos en mi caso, sospecho que sirve para no entrar a fondo en la mía.
Así evito o al menos lo intento, dejar atrás creencias que ya me vienen estrechas, abandonar hábitos viejos, ponerme a barrer mis propios escombros… Lo intento, sí, pero sé que no sirve. Tarde o temprano surge el malestar. El alma protesta.
Y toca ponerme la primera de la fila… ¡y qué difícil resulta eso! me es más fácil descubrir lo que quieren los demás que lo que me gusta a mi, lo que yo deseo y no vale decir: «que a los míos les vaya bien», eso se sobreentiende, es un deseo casi universal.
Cuando me parece que ya lo tengo, que ya he aprendido a disfrutar de mi vida, surgen nuevos malestares, nuevas capas y tengo que volver a abrir el armario y decidir que hago con lo que ya no me pongo. Porque no somos siempre las mismas, vamos cambiando, aunque nos resistamos.
Cuando me siento así, rara y confundida como hoy, sé que estoy en la antesala de ampliar la mirada, de renovarme. Y, aunque me da pereza poner orden en el armario, me toca decidir qué se va para dejar sitio a lo bonito y nuevo que vendrá.
Maria Merce Castro Puig
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BUENOS AMANTES
Poco a poco, al crecer, vamos cubriéndonos de expectativas, vamos construyendo una manera de ver la vida y esperamos que todo encaje, con nuestra visión, como las piezas de un puzzle, incluida nuestra familia.
Por ejemplo, tenemos una idea de lo que sería la madre o el padre ideal y, a veces, intentamos, a golpe de martillo, que encajen en esa ilusión nuestros padres reales. Es como el burro que corre eternamente detrás de una zanahoria inalcanzable.
Se siente una gran paz cuando amamos a los demás tal como son, sin intentar cambiarles. Cuando dejamos de luchar para que sean o hagan lo que a nosotros nos gustaría, cuando abrimos las manos y soltamos las expectativas.
Cuando más cerca estamos del amor incondicional, más libre y alegre se siente el alma, la nuestra y la del ser amado y es más fácil que se diluyan los malentendidos, que crezca el respeto y el placer de compartir, de acompañarnos, de estar juntos.
Los demás son como son y tiene mucha gracia que así sea. Lo mismo ocurre con la vida. Va a su aire, es imposible controlarla, enmarcarla, enjaularla. La vida es libre por definición. Aceptarla tal como es crea armonía, nos serena, nos convierte en buenos amantes.
Maria Merce Castro Puig
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¿NO PUEDES MÁS?
RATITOS PARA SENTIR
Se acumulan las emociones, gota a gota y, si no les prestamos atención, llega un momento que perdemos pie. Se colma el vaso. Se disparan los miedos, nos baja la energía y empezamos a verlo todo negro.
Si te sientes así ahora, te sugiero que te concedas ratitos para sentir. Sí, sé que es incómodo invocar eso que no nos gusta, sea lo que sea, para arrullarlo, pero es la manera que conozco de darle la vuelta al malestar.
Si tienes que llorar, llora, si tienes que gritar, hazlo y después no te olvides de cogerte de la mano y darte las gracias por ser tan valiente. Poco, a poco, dulcemente, con suavidad recuerda todas las tormentas que ya has atravesado.
Déjate mecer por la gratitud, esa que sale de muy hondo, que se siente con cada célula. Hay tantas cosas por las que dar las gracias. El simple hecho de respirar, sin dificultad, es una bendición.
La gratitud es poderosa, despeja los nubarrones de nuestro cielo, nos acerca a la amabilidad, al cariño, a la ternura, nos da paz, nos regala sonrisas…
A mi me alegra dar las gracias a las personas que quiero, estén cerca, lejos o en el otro lado del velo. Es reconfortante manifestar cariño, aunque sea en silencio.
MERECEMOS LO MEJOR
Hay un sentimiento, íntimo, soterrado, más o menos tenue que a menudo palpita en el corazón de los padres que se nos ha muerto un hijo. Me es difícil darle forma, tiene muchos matices que se me escapan como el agua entre las manos, se esconde entre los pliegues del inconsciente, pero sé que guarda relación con la negación de la propia vida, como si no fuéramos merecedores de estar aquí sin ellos. ¿Cómo podemos darle la vuelta a esa creencia, que nos lleva irremediablemente a secar nuestros corazones y a alejarnos de las personas que amamos?
Creo que a muchas nos han dicho frases del tipo: «Si me pasara lo que a ti me moriría» o «te ha sucedido lo peor, de eso no se sale nunca». Esas sentencias, dichas con buena intención, llevan impregnado el miedo colectivo que produce imaginar la muerte de un hijo. Es comprensible, pero a mi me parece que a los que nos ha sucedido no nos ayuda oír eso, ni reconforta a los hijos que tenemos aquí, ni a los que se han ido. Lo que nuestra alma pide a gritos es que despacio, a nuestro ritmo, aprendamos a confiar y a ser cariñosos con nosotros mismos. Que volvamos a reír, a conectar con la alegría y, en definitiva, a amar la vida.
Sí que vamos a estar durante un tiempo fuera del mundo, perdidos, sin ganas de nada, deseando desaparecer, claro que sí. Pero precisamente porque el dolor es tan desgarrador, necesitamos agarrarnos a la voluntad de salir adelante. Es preciso, como el aire que respiramos, crear destellos de luz. Mirar con dulzura, coger las riendas, poner la atención en lo verdaderamente importante. Apreciar la bondad de la paciencia, de la gratitud, del perdón. Alejar prejuicios, ver la belleza en cosas que antes, tal vez, no teníamos en cuenta. Y así, poco a poco, nace un sentimiento de pertenencia que nos une a todos, vivos y muertos.
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