BUENOS AMANTES
Poco a poco, al crecer, vamos cubriéndonos de expectativas, vamos construyendo una manera de ver la vida y esperamos que todo encaje, con nuestra visión, como las piezas de un puzzle, incluida nuestra familia.
Por ejemplo, tenemos una idea de lo que sería la madre o el padre ideal y, a veces, intentamos, a golpe de martillo, que encajen en esa ilusión nuestros padres reales. Es como el burro que corre eternamente detrás de una zanahoria inalcanzable.
Se siente una gran paz cuando amamos a los demás tal como son, sin intentar cambiarles. Cuando dejamos de luchar para que sean o hagan lo que a nosotros nos gustaría, cuando abrimos las manos y soltamos las expectativas.
Cuando más cerca estamos del amor incondicional, más libre y alegre se siente el alma, la nuestra y la del ser amado y es más fácil que se diluyan los malentendidos, que crezca el respeto y el placer de compartir, de acompañarnos, de estar juntos.
Los demás son como son y tiene mucha gracia que así sea. Lo mismo ocurre con la vida. Va a su aire, es imposible controlarla, enmarcarla, enjaularla. La vida es libre por definición. Aceptarla tal como es crea armonía, nos serena, nos convierte en buenos amantes.
Maria Merce Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
COMOAFRONTARLAMUERTEDEUNHIJO.COM
También me encontrarás en:
INSTAGRAM: menorcasonbou
YouTube: Maria Merce Castro Puig
¿NO PUEDES MÁS?
RATITOS PARA SENTIR
Se acumulan las emociones, gota a gota y, si no les prestamos atención, llega un momento que perdemos pie. Se colma el vaso. Se disparan los miedos, nos baja la energía y empezamos a verlo todo negro.
Si te sientes así ahora, te sugiero que te concedas ratitos para sentir. Sí, sé que es incómodo invocar eso que no nos gusta, sea lo que sea, para arrullarlo, pero es la manera que conozco de darle la vuelta al malestar.
Si tienes que llorar, llora, si tienes que gritar, hazlo y después no te olvides de cogerte de la mano y darte las gracias por ser tan valiente. Poco, a poco, dulcemente, con suavidad recuerda todas las tormentas que ya has atravesado.
Déjate mecer por la gratitud, esa que sale de muy hondo, que se siente con cada célula. Hay tantas cosas por las que dar las gracias. El simple hecho de respirar, sin dificultad, es una bendición.
La gratitud es poderosa, despeja los nubarrones de nuestro cielo, nos acerca a la amabilidad, al cariño, a la ternura, nos da paz, nos regala sonrisas…
A mi me alegra dar las gracias a las personas que quiero, estén cerca, lejos o en el otro lado del velo. Es reconfortante manifestar cariño, aunque sea en silencio.
MERECEMOS LO MEJOR
Hay un sentimiento, íntimo, soterrado, más o menos tenue que a menudo palpita en el corazón de los padres que se nos ha muerto un hijo. Me es difícil darle forma, tiene muchos matices que se me escapan como el agua entre las manos, se esconde entre los pliegues del inconsciente, pero sé que guarda relación con la negación de la propia vida, como si no fuéramos merecedores de estar aquí sin ellos. ¿Cómo podemos darle la vuelta a esa creencia, que nos lleva irremediablemente a secar nuestros corazones y a alejarnos de las personas que amamos?
Creo que a muchas nos han dicho frases del tipo: «Si me pasara lo que a ti me moriría» o «te ha sucedido lo peor, de eso no se sale nunca». Esas sentencias, dichas con buena intención, llevan impregnado el miedo colectivo que produce imaginar la muerte de un hijo. Es comprensible, pero a mi me parece que a los que nos ha sucedido no nos ayuda oír eso, ni reconforta a los hijos que tenemos aquí, ni a los que se han ido. Lo que nuestra alma pide a gritos es que despacio, a nuestro ritmo, aprendamos a confiar y a ser cariñosos con nosotros mismos. Que volvamos a reír, a conectar con la alegría y, en definitiva, a amar la vida.
Sí que vamos a estar durante un tiempo fuera del mundo, perdidos, sin ganas de nada, deseando desaparecer, claro que sí. Pero precisamente porque el dolor es tan desgarrador, necesitamos agarrarnos a la voluntad de salir adelante. Es preciso, como el aire que respiramos, crear destellos de luz. Mirar con dulzura, coger las riendas, poner la atención en lo verdaderamente importante. Apreciar la bondad de la paciencia, de la gratitud, del perdón. Alejar prejuicios, ver la belleza en cosas que antes, tal vez, no teníamos en cuenta. Y así, poco a poco, nace un sentimiento de pertenencia que nos une a todos, vivos y muertos.
NO TE RESISTAS AL LLANTO
LA BELLEZA DE LA LUZ
Ya sé que no tienes ganas de nada. Te da igual el día que la noche. Duermes mal, das mil vueltas en la cama y te levantas más cansada que antes de acostarte.
Nunca habías estado tan vacía, tan triste, tan perdida. Te ha tocado lo peor, eso que ni siquiera puedes nombrar y de la tremenda sacudida se ha roto el hilo que te unía a la vida.
Hubieses dado cualquier cosa por ser tú y no él o ella. Nadie está preparado para ver morir a un ser que adora y ahora estás a la deriva, a años luz de lo que te rodea.
El camino de regreso es largo, doloroso y lento. El alma necesita tiempo para persuadirte, para traerte con suavidad de vuelta. Primero no quieres ni oírla, pero tampoco quieres quedarte muerta en vida, ¿verdad?
A mi me fue bien dejarme guiar por la belleza de la luz. Ese ha sido desde entonces mi faro. Quedarme con la paz que ofrece contemplar el cielo, sin prisas, recordar, al final del día, las cosas bonitas que he visto o que me han sucedido.
Cuando le ponemos cariño a lo que hacemos, a las cosas cotidianas, sencillas, sin expectativas, retorna la magia que nos une a los que se han ido. Y poco a poco, aunque te parezca mentira, nace de ti una alegría serena y valoras, quizá más que antes, los buenos momentos, la llamada de una voz amiga, la calidez del sol, el vigor del viento en la cara, el frescor de la lluvia, el olor a la tierra mojada…
La vida son ratitos y en nuestras manos está acoger lo que nos depara.
Foto: Fermín García
Pintura: Claude Monet
EN MEDIO DE LA TORMENTA
El duelo es un territorio desconocido, inhóspito, lleno de incerteza. Nada es como antes, todo se tambalea.
Lo que antes nos parecían buenos pilares, seguramente ya no lo son. En medio de esa gran tormenta me parece necesario, tanto como respirar, encontrar momentos de recogimiento.
Guardar silencio, acompañándonos a nosotras mismas, con la intención puesta en sentir, sin juicios ni expectativas suele ser un regalo para nuestros corazones rotos.
Es fácil, ahora, que aparezcan antiguos fantasmas, miedos ancestrales que requieren nuestra atención, como niños que buscan la mirada de sus madres. La ternura es un bálsamo para nuestras heridas. Nada como el cariño para deshacer malentendidos. Reconocer con dulzura nuestros temores nos fortalece.
Nunca hubiésemos querido ver morir a los seres que tanto amamos, no. Conocemos el desgarrador dolor de las despedidas, pero en nosotras también está el crear ese vínculo sagrado que nos une, con lazos de amor eterno, a los que ya han partido. Para eso, aunque en principio parezca inalcanzable, hemos de mantener alta nuestra capacidad de gestar confianza, de amar la vida.
ERES PODEROSA
Si hoy tienes un día complicado, difícil, de esos en que vivir se hace cuesta arriba y no encuentras un motivo para levantarte de la cama, recuerda que estás en duelo o, tal vez, en una crisis vital sin motivo aparente, da igual. Lo que sea que te suceda, forma parte de la vida, es normal y mejora si te miras, si te hablas con cariño.
Quizá ahora no puedas darle la vuelta a ese mal humor, a esa desgana, a ese dolor, a ese desanimo. Tan solo te propongo que recuerdes que eso tan desgarrador pasará, como todo y vendrán momentos luminosos, de esos que nacen de dentro y van de la mano de una sensación de alegría que no tiene nada qué ver con lo que te sucede.
Ten paciencia, en ti reside la fuerza del Universo y siempre puedes recurrir a agradecer. El agradecimiento tiene el poder de cambiar nuestro estado de ánimo, enfocarnos en lo que sí, en la parte bonita, nos ayuda a co-crear una realidad más agradable, más amorosa.
Asusta ser vulnerable, sí, pero en eso reside nuestra fortaleza. En no negar, en acoger lo que nos sucede como una oportunidad de ampliar nuestra mirada, de ser personas más compasivas, tolerantes y flexibles, en primer lugar con nosotras mismas.
Date tantas oportunidades como necesites y, sobre todo, si tu duelo es por la muerte de un hijo, no dejes de mirar con devoción a los que tienes aquí, a los que ahora necesitan el amor que eres capaz de dar. Si una cosa necesita el mundo es cariño.
Aunque hoy estés fatal, recuerda que eres poderosa. Y ni se te ocurra pensar que estás sola.
CONCÉDETE ESTE REGALO
Ahora, que están a punto de encenderse las luces de Navidad, que ya a nuestro alrededor se hacen planes de celebraciones, que dentro de nada empezará la fiebre de las compras, te sugiero que te otorgues un tiempo, el que puedas, de sosiego.
Quédate un ratito contigo, en silencio, para poder escuchar lo que sientes. Si tienes ganas de llorar, llora, las lágrimas limpian las heridas, son un bálsamo, una dulzura para el alma. Déjate arropar por tu luz, por ese inmenso cariño que emana de ti, concédete este regalo.
Para que nos vamos a engañar, no son días fáciles para nosotras, cada una guarda sus motivos, sus ausencias, sus desvelos. Por eso, como cada año, desde hace muchos, propongo que nos agarremos a la ternura.
Sé, porque lo he vivido, que muchas querrían dormir y no despertar hasta mediados de enero. Nosotros pasamos las primeras navidades sin nuestro hijo Ignasi, en Egipto, huyendo. Cada uno, en cada momento, hace lo que puede.
Los primeros años yo en diciembre, mes que murió nuestro hijo, me sentía morir. Es así.
Si te parece, ahora que se acerca diciembre, podemos encontrarnos en ese tiempo sin tiempo que conocemos bien los que hemos vivido grandes duelos y acompañarnos con delicadeza, sin exigencias, sin ni siquiera forzarnos a estar bien. Tan solo te sugiero que recuerdes que cada sonrisa sincera, cada abrazo, cada pensamiento y palabra amorosa reconforta, no solo a nosotras, también nos acerca a los que se han ido.
Al fin y al cabo, lo que nos separa de nuestros muertos está solo en nuestra mente, en nuestro corazón estamos todos y el amor es lo que nos acerca, es la conexión. Por los que están en este lado y en el otro, merece la pena apostar por la bondad y eso tiene que ver con el verdadero espíritu de la Navidad, ¿verdad?
BUSCAR EL LADO BUENO
A mi me resulta útil -sobre todo cuando la vida me pone en aprietos- buscar el lado bueno de aquello que, en apariencia, no tiene ninguno. Y no es porque haya nacido optimista hasta la médula, no, no. Empecé a ver la vida de ese modo por pura supervivencia; o me agarraba al amor o me ahogaba.
A todos nos gustaría que todo fluyera en armonía, sin tropiezos, y desde luego, nadie quiere pasar por esos duelos que te dejan en carne viva. No queremos sentir miedo, nos asusta el dolor y esa tristeza espesa que a menudo nos invade, ¿verdad?
Por eso, a mi me gusta quedarme con los destellos de luz que dan un sentido amoroso a lo que vivo. Me imagino que lo que la existencia me trae, es para bien aunque me cueste, más o menos verlo. Eso nada tiene que ver con la resignación. La resignación conduce a la amargura, la aceptación, en cambio, abre infinidad de posibilidades y nos reconcilia con nosotras mismas.
La muerte de mi hijo me ha enseñado muchas cosas y la más reciente de mi marido también. No hace falta decir que daría cualquier cosa porque no hubiesen ocurrido, pero como eso no lo puedo cambiar, agradezco la fortaleza que voy adquiriendo.
¿Cómo quieres vivir tu, culpando a los demás o a la mala suerte de lo que te ha sucedido o buscando en tu interior esa luz que ilumina las sobras? ¿Cerrando las puertas a la ternura o dejando salir esa parte cariñosa que te arropa y te permite ver con dulzura el lado más favorable de lo que te trae la vida?
Si apuestas por el amor, no creas que no vas a sentir dolor, miedo, rabia, celos o lo que sea. No te vas a convertir en una santa, simplemente vas a dejar de sobrevivir para vivir.
Sígueme