NUESTRA MEJOR VERSIÓN
Es natural que después de un tsunami como el de la muerte de un hijo o de alguien inmensamente amado, nos escondamos, encerradas a cal y canto, heridas.
Durante tiempo, el que sea, andamos a tientas, perdidas a oscuras, no podemos sostenernos ni a nosotras mismas, aunque a menudo nos acorazamos, como guerreras, disimulando el miedo, el dolor y la pena.
Eso sirve al principio, o al menos a mi me lo pareció, hasta que me dí cuenta que me ahogaba. No me quedó otra que ir acunando lo que sentía, mientras con timidez abría a ratos las puertas a la vida. Un tira y afloja para ir dejando entrar algo de luz y, al mismo tiempo, dejar fluir la mía propia. Esa con la que nacemos.
El camino es largo, tanto que permite ir reconociendo nuestras miserias, darles la vuelta y quedarnos con nuestra mejor versión. Esa que nos mira con amabilidad y nos hace sentir merecedoras de lo que sea que deseemos.
Maria Merce Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
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PONER ORDEN
A la que me despisto, ya me estoy enredando en la vida de mis seres queridos. Es un hábito muy arraigado en las mujeres de mi familia que, al menos en mi caso, sospecho que sirve para no entrar a fondo en la mía.
Así evito o al menos lo intento, dejar atrás creencias que ya me vienen estrechas, abandonar hábitos viejos, ponerme a barrer mis propios escombros… Lo intento, sí, pero sé que no sirve. Tarde o temprano surge el malestar. El alma protesta.
Y toca ponerme la primera de la fila… ¡y qué difícil resulta eso! me es más fácil descubrir lo que quieren los demás que lo que me gusta a mi, lo que yo deseo y no vale decir: «que a los míos les vaya bien», eso se sobreentiende, es un deseo casi universal.
Cuando me parece que ya lo tengo, que ya he aprendido a disfrutar de mi vida, surgen nuevos malestares, nuevas capas y tengo que volver a abrir el armario y decidir que hago con lo que ya no me pongo. Porque no somos siempre las mismas, vamos cambiando, aunque nos resistamos.
Cuando me siento así, rara y confundida como hoy, sé que estoy en la antesala de ampliar la mirada, de renovarme. Y, aunque me da pereza poner orden en el armario, me toca decidir qué se va para dejar sitio a lo bonito y nuevo que vendrá.
Maria Merce Castro Puig
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BUENOS AMANTES
Poco a poco, al crecer, vamos cubriéndonos de expectativas, vamos construyendo una manera de ver la vida y esperamos que todo encaje, con nuestra visión, como las piezas de un puzzle, incluida nuestra familia.
Por ejemplo, tenemos una idea de lo que sería la madre o el padre ideal y, a veces, intentamos, a golpe de martillo, que encajen en esa ilusión nuestros padres reales. Es como el burro que corre eternamente detrás de una zanahoria inalcanzable.
Se siente una gran paz cuando amamos a los demás tal como son, sin intentar cambiarles. Cuando dejamos de luchar para que sean o hagan lo que a nosotros nos gustaría, cuando abrimos las manos y soltamos las expectativas.
Cuando más cerca estamos del amor incondicional, más libre y alegre se siente el alma, la nuestra y la del ser amado y es más fácil que se diluyan los malentendidos, que crezca el respeto y el placer de compartir, de acompañarnos, de estar juntos.
Los demás son como son y tiene mucha gracia que así sea. Lo mismo ocurre con la vida. Va a su aire, es imposible controlarla, enmarcarla, enjaularla. La vida es libre por definición. Aceptarla tal como es crea armonía, nos serena, nos convierte en buenos amantes.
Maria Merce Castro Puig
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¿NO PUEDES MÁS?
RATITOS PARA SENTIR
Se acumulan las emociones, gota a gota y, si no les prestamos atención, llega un momento que perdemos pie. Se colma el vaso. Se disparan los miedos, nos baja la energía y empezamos a verlo todo negro.
Si te sientes así ahora, te sugiero que te concedas ratitos para sentir. Sí, sé que es incómodo invocar eso que no nos gusta, sea lo que sea, para arrullarlo, pero es la manera que conozco de darle la vuelta al malestar.
Si tienes que llorar, llora, si tienes que gritar, hazlo y después no te olvides de cogerte de la mano y darte las gracias por ser tan valiente. Poco, a poco, dulcemente, con suavidad recuerda todas las tormentas que ya has atravesado.
Déjate mecer por la gratitud, esa que sale de muy hondo, que se siente con cada célula. Hay tantas cosas por las que dar las gracias. El simple hecho de respirar, sin dificultad, es una bendición.
La gratitud es poderosa, despeja los nubarrones de nuestro cielo, nos acerca a la amabilidad, al cariño, a la ternura, nos da paz, nos regala sonrisas…
A mi me alegra dar las gracias a las personas que quiero, estén cerca, lejos o en el otro lado del velo. Es reconfortante manifestar cariño, aunque sea en silencio.
MERECEMOS LO MEJOR
Hay un sentimiento, íntimo, soterrado, más o menos tenue que a menudo palpita en el corazón de los padres que se nos ha muerto un hijo. Me es difícil darle forma, tiene muchos matices que se me escapan como el agua entre las manos, se esconde entre los pliegues del inconsciente, pero sé que guarda relación con la negación de la propia vida, como si no fuéramos merecedores de estar aquí sin ellos. ¿Cómo podemos darle la vuelta a esa creencia, que nos lleva irremediablemente a secar nuestros corazones y a alejarnos de las personas que amamos?
Creo que a muchas nos han dicho frases del tipo: «Si me pasara lo que a ti me moriría» o «te ha sucedido lo peor, de eso no se sale nunca». Esas sentencias, dichas con buena intención, llevan impregnado el miedo colectivo que produce imaginar la muerte de un hijo. Es comprensible, pero a mi me parece que a los que nos ha sucedido no nos ayuda oír eso, ni reconforta a los hijos que tenemos aquí, ni a los que se han ido. Lo que nuestra alma pide a gritos es que despacio, a nuestro ritmo, aprendamos a confiar y a ser cariñosos con nosotros mismos. Que volvamos a reír, a conectar con la alegría y, en definitiva, a amar la vida.
Sí que vamos a estar durante un tiempo fuera del mundo, perdidos, sin ganas de nada, deseando desaparecer, claro que sí. Pero precisamente porque el dolor es tan desgarrador, necesitamos agarrarnos a la voluntad de salir adelante. Es preciso, como el aire que respiramos, crear destellos de luz. Mirar con dulzura, coger las riendas, poner la atención en lo verdaderamente importante. Apreciar la bondad de la paciencia, de la gratitud, del perdón. Alejar prejuicios, ver la belleza en cosas que antes, tal vez, no teníamos en cuenta. Y así, poco a poco, nace un sentimiento de pertenencia que nos une a todos, vivos y muertos.
NO TE RESISTAS AL LLANTO
EL MES DE LAS MADRES
El mes de Mayo para mi es especialmente bonito. Es el mes de las flores y del día de las madres en muchos países y, aunque yo no me identifique mucho con las celebraciones de los días mundiales, sí siento que este mes es muy nuestro, muy femenino.
Es el mes de María y en muchos lugares la madre Tierra inunda con nueva vida la naturaleza. Nosotras también creamos vida, somos diosas y durante nueve meses estamos íntimamente conectadas al nuevo ser que acunamos en nuestro interior. Todo un privilegio.
A veces, a este ser que adoramos le toca partir antes y andamos un tiempo largo sumidas en la oscuridad y nos parece que estamos perdidas, pero no. El hilo de amor que nos une a nuestros hijos es eterno, no se rompe porque estén al otro lado, al contrario. Aunque al principio nos parezca inalcanzable, incluso fuera de lugar, deshonesto, ese cariño inmenso nos ancla, nos ayuda a percibir la esencia, a dejarnos de tonterías y a ser felices con casi nada. A menudo nos basta con un abrazo, una mirada de ternura, la luz incendiada de un amanecer para sentir una inmensa gratitud.
QUE BRILLEN LAS ESTRELLAS
Creo que somos muchas las mujeres que, de alguna manera, casi siempre inconsciente, nos sentimos más cómodas cuando no estamos del todo bien, como si nos diera miedo sentir plenitud, alegría, sobre todo a las madres que se nos ha muerto un hijo. Como si arrastráramos a cuestas el pecado original, por el simple hecho de existir.
Si a ti te ocurre lo mismo que a mí, ¿no te parece que nos merecemos darle la vuelta a esa creencia?
Hemos pasado por lo que muchos consideran lo peor de la vida, que es ver morir a un hijo, hemos recorrido un camino largo, tortuoso, inmensamente doloroso, ¿no crees que, al salir a la luz, después de tanta oscuridad la alegría serena es la recompensa?
Nuestros muertos nos han enseñado el amor incondicional y ahora nos toca a nosotras ser valientes y honrarles con la alegría serena. Si estás empezando un gran duelo esto te sonará a herejía. Tal vez tengas miedo a olvidar a esos seres que han partido y quieres con locura. Eso no va a suceder, preciosa, al contrario. Ellos son tus maestros y van a estar presentes siempre.
Al principio el dolor lo inunda todo, es normal, necesitamos tiempo y recorrer despacio el camino de introspección que requiere el duelo, pero más adelante tú eliges si los quieres recordar con alegría por todo lo que te han regalado o con amargura por que han partido. A mi me parece que ellos están bien, somos nosotras las que hemos de aprender a estarlo. Y contactar con la alegría es una buena manera de devolverles tanto como ellos nos han dado. Nuestra sonrisa también ilumina, como un cielo estrellado, su camino. Eso sin contar con lo que necesitan los que están aquí vernos de pie y contentas.
LA BELLEZA DE LA LUZ
Ya sé que no tienes ganas de nada. Te da igual el día que la noche. Duermes mal, das mil vueltas en la cama y te levantas más cansada que antes de acostarte.
Nunca habías estado tan vacía, tan triste, tan perdida. Te ha tocado lo peor, eso que ni siquiera puedes nombrar y de la tremenda sacudida se ha roto el hilo que te unía a la vida.
Hubieses dado cualquier cosa por ser tú y no él o ella. Nadie está preparado para ver morir a un ser que adora y ahora estás a la deriva, a años luz de lo que te rodea.
El camino de regreso es largo, doloroso y lento. El alma necesita tiempo para persuadirte, para traerte con suavidad de vuelta. Primero no quieres ni oírla, pero tampoco quieres quedarte muerta en vida, ¿verdad?
A mi me fue bien dejarme guiar por la belleza de la luz. Ese ha sido desde entonces mi faro. Quedarme con la paz que ofrece contemplar el cielo, sin prisas, recordar, al final del día, las cosas bonitas que he visto o que me han sucedido.
Cuando le ponemos cariño a lo que hacemos, a las cosas cotidianas, sencillas, sin expectativas, retorna la magia que nos une a los que se han ido. Y poco a poco, aunque te parezca mentira, nace de ti una alegría serena y valoras, quizá más que antes, los buenos momentos, la llamada de una voz amiga, la calidez del sol, el vigor del viento en la cara, el frescor de la lluvia, el olor a la tierra mojada…
La vida son ratitos y en nuestras manos está acoger lo que nos depara.
Foto: Fermín García
Pintura: Claude Monet
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