LA NATURALEZA ES SANADORA
No hay una barita mágica que cure ahora tu dolor. Sea lo que sea lo que te mantiene en las tinieblas, es preciso sentirlo, sin atajos. Puedes intentar esquivarlo, esconderlo, ignorarlo, sí, pero tarde o temprano vas a tener que mirar de cara las emociones que te invaden, esas que se presentan, de sopetón, sin previo aviso.
La buena noticia es que, atravieses el duelo que atravieses, hay destellos de paz, pequeños tesoros que pueden dar calma, aunque sea solo un ratito. La naturaleza es uno de ellos. A mi me encanta mi ciudad, Barcelona, pero necesito tanto como respirar apartarme, a menudo, del asfalto y andar entre árboles, pisando tierra. Me da sosiego alzar la vista hacia horizontes abiertos, tenga delante el amar o una preciosa laguna.
Sé que a las personas en duelo nos cuesta, a veces, salir de casa, de lo conocido. Solemos negarnos, sin darnos cuenta, la parte dulce de la vida. Pero eso suele ser una trampa que nos lleva a lugares oscuros que nos hunden más. Es precisamente cuando estamos mal, cuando más necesitamos conectar con la esencia de la vida, con lo que nos da energía, con todo lo que nos fortalece, nos mantiene firmes, con los pies en el suelo y la vista puesta en el cielo.
Mercè Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
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INSTAGRAM: menorcasonbou
YouTube: Maria Mercè Castro Puig
RECUPERAR LA CONFIANZA
He estado fuera unos días y, hoy, al salir de casa y doblar la esquina, me he parado, sorprendida, delante de una hilera de árboles pletóricos de flores lilas.
Ya queda poco de invierno, se intuye el cambio de estación y eso despierta en mi un sin fin de emociones. Por eso, para aligerar en lo que pueda el alma y hacer sitio a lo que venga, he convocado a mis miedos.
Con algunos guardo una amistad de años, otros son más recientes y a penas nos conocemos. No quiero que me pase lo que me ocurre siempre que los ignoro; cuando intento esconderlos o mirar hacia otro lado, se hacen grandes y me tambalean.
Para que se sientan reconocidos y se achiquen, se desvanezcan o, al menos, se tranquilicen he decidido mirarles con ternura y darles un espacio en mi corazón antes de que llegue la primavera.
He cerrado los ojos y he ido acunando las partes de mi que me asustan, como el temor a enfermar, a sentirme desvalida, al mundo nuevo que se avecina, a la vida sin las personas que quiero, a no poder aguantar la tristeza o ese cansancio profundo que, a veces, me inunda.
Cuando sostengo, con cariño, las partes de mi que no me gustan me resulta más fácil poner la atención en todo lo bueno que hay en mi y que agradezco. Más se me va la mirada a la belleza, me siento más en calma. Y así, dando cobijo a mis miedos, recupero la confianza.
Mercè Castro Puig
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BUENOS AMANTES
Poco a poco, al crecer, vamos cubriéndonos de expectativas, vamos construyendo una manera de ver la vida y esperamos que todo encaje, con nuestra visión, como las piezas de un puzzle, incluida nuestra familia.
Por ejemplo, tenemos una idea de lo que sería la madre o el padre ideal y, a veces, intentamos, a golpe de martillo, que encajen en esa ilusión nuestros padres reales. Es como el burro que corre eternamente detrás de una zanahoria inalcanzable.
Se siente una gran paz cuando amamos a los demás tal como son, sin intentar cambiarles. Cuando dejamos de luchar para que sean o hagan lo que a nosotros nos gustaría, cuando abrimos las manos y soltamos las expectativas.
Cuando más cerca estamos del amor incondicional, más libre y alegre se siente el alma, la nuestra y la del ser amado y es más fácil que se diluyan los malentendidos, que crezca el respeto y el placer de compartir, de acompañarnos, de estar juntos.
Los demás son como son y tiene mucha gracia que así sea. Lo mismo ocurre con la vida. Va a su aire, es imposible controlarla, enmarcarla, enjaularla. La vida es libre por definición. Aceptarla tal como es crea armonía, nos serena, nos convierte en buenos amantes.
Maria Merce Castro Puig
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NO TE RESISTAS AL LLANTO
QUE BRILLEN LAS ESTRELLAS
Creo que somos muchas las mujeres que, de alguna manera, casi siempre inconsciente, nos sentimos más cómodas cuando no estamos del todo bien, como si nos diera miedo sentir plenitud, alegría, sobre todo a las madres que se nos ha muerto un hijo. Como si arrastráramos a cuestas el pecado original, por el simple hecho de existir.
Si a ti te ocurre lo mismo que a mí, ¿no te parece que nos merecemos darle la vuelta a esa creencia?
Hemos pasado por lo que muchos consideran lo peor de la vida, que es ver morir a un hijo, hemos recorrido un camino largo, tortuoso, inmensamente doloroso, ¿no crees que, al salir a la luz, después de tanta oscuridad la alegría serena es la recompensa?
Nuestros muertos nos han enseñado el amor incondicional y ahora nos toca a nosotras ser valientes y honrarles con la alegría serena. Si estás empezando un gran duelo esto te sonará a herejía. Tal vez tengas miedo a olvidar a esos seres que han partido y quieres con locura. Eso no va a suceder, preciosa, al contrario. Ellos son tus maestros y van a estar presentes siempre.
Al principio el dolor lo inunda todo, es normal, necesitamos tiempo y recorrer despacio el camino de introspección que requiere el duelo, pero más adelante tú eliges si los quieres recordar con alegría por todo lo que te han regalado o con amargura por que han partido. A mi me parece que ellos están bien, somos nosotras las que hemos de aprender a estarlo. Y contactar con la alegría es una buena manera de devolverles tanto como ellos nos han dado. Nuestra sonrisa también ilumina, como un cielo estrellado, su camino. Eso sin contar con lo que necesitan los que están aquí vernos de pie y contentas.
¿YA TE FELICITAS?
Vamos a imaginarnos que a esa voz que está en nuestra mente, esa que suele reñirnos, que nos censura, que nos muestra lo que no hacemos bien, lo mal que pueden ir las cosas, lo imposible de darle la vuelta a lo que sea que nos suceda le otorgamos, con cariño, un merecido descanso.
En su lugar vamos a poner la atención en felicitarnos cada vez que reímos, que nos miramos con dulzura las arrugas, que recordamos lo valientes que hemos sido en mil y una ocasiones, por acogernos con cariño en las noches de insomnio, por confiar en nuestra intuición, por cada instante que nos sentimos en calma, por apreciar la luz, la belleza.
Vamos a imaginarnos que hacemos sitio a otra vocecita, mucho más afable, que nos elogia cuando tendemos la mano a alguien, cuando nos damos un capricho, cuando sentimos placer, cuando nos sorprendemos sonriendo por algo que hemos dicho, cuando al mirarnos a los ojos, en un espejo, sentimos ternura, cuando tenemos ganas de bailar, de pasear por la orilla del mar, cuando nos perdemos en el sofá viendo nuestra serie favorita o sin hacer nada.
No olvidemos felicitarnos por honrarnos a nosotras y a la vida. Ese, creo, es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros seres queridos estén en este o en el otro lado.
EL CAMINO DEL DUELO
El 26 de un diciembre tuvimos el accidente. El 28 los médicos confirmaron su muerte cerebral y el 31 tuvo lugar el funeral de nuestro hijo. Una semana trágica la de aquellas navidades de 1998, que ha marcado, sin duda, el resto de nuestras vidas.
En esos 25 años transcurridos caben muchas cosas y hoy me alegra decir que la inmensa mayoría han sido buenas, han dado un sentido más amoroso y sereno a mi existencia. Un duelo largo y sentido, de esos que te voltean entera, da para quitar muchas capas de arrogancia, de falsos amarres, de miedos heredados, de creencias que nos mantienen atados.
Pero nadie amanece fortalecido de un día para otro. Ese camino, de ineludible transformación, que empieza con una muerte anunciada o repentina hay que recorrerlo paso a paso, sin saltarnos tramos. El dolor del alma, dura lo que dura y hay que vivirlo entero, sin drama, sin caer en la tentación de tirar la toalla y quedarnos enganchados al sufrimiento.
Poco a poco, con todas las ayudas que tengamos a mano, vamos cayendo y levantándonos. Aprendemos a respetarnos, a no mentirnos tanto, a preguntarnos qué nos gusta y que no, a hablarnos con dulzura, a arroparnos, a ampararnos, a hacer las pequeñas cosas del día a día con agrado, con cariño, a llorar sin reparos y después lavarnos la cara para ofrecernos una sonrisa sincera.
Eso, llorar con ganas es lo primero que hice al despertar este 26 de diciembre, 25 años después, para luego dejarme envolver, con ternura, con el corazón abierto, por el amor infinito de las personas que quiero, estén aquí o allá, incluso por las que hace mil años que no veo.
AMANECER
Sobre todo en verano, me encanta despertarme al alba. Cuando la noche se rompe, cuando ya se intuye un nuevo amanecer es para mí un momento íntimo, agradable, mágico.
Durante ese tiempo, mi mundo guarda silencio, tan solo roto por las gaviotas que anidan en el tejado de una iglesia cercana. Somnolienta, disfruto de la pausa, de la ausencia de prisa, lejos todavía del trajín de la vida, de todo lo que traerá el nuevo día.
Después de la oscuridad viene la luz y, entre medio, en ese espacio sagrado nos encontramos con nosotros mismos, en tierra de nadie. Es como cuando respiramos profundamente y, antes de sacar el aire lo retenemos unos instantes. Ese es otro lapsus que me conecta, a veces, con el Universo.
Sé que no es fácil vivir con la incertidumbre que comporta el duelo, pero igual que sabemos que después de la noche viene el día, también, aunque a menudo nos parezca mentira, al dolor, si nos permitimos vivirlo sin drama, le sucede la alegría serena. Ese tránsito es más o menos largo y no termina de golpe, no, primero se intuyen destellos.
De nosotros suele depender mantener esa luz prendida, arropándola con ternura, sabiendo que cuando una ráfaga la apaga podemos volver a encenderla, lo mismo que ocurre cada amanecer.
RECONCILIARNOS CON LA VIDA
De repente viene un golpe seco; un accidente, un diagnóstico irreversible, una mala noticia… y todo lo que nos parecía sólido se desvanece. Nos quedamos con la sensación de andar a ciegas, sin agarraderas, con el corazón tiritando.
Durante los primeros tiempos de un gran duelo, bastante hacemos con levantarnos de la cama y no sucumbir al desespero, a la rabia, a la locura…
La aceptación no llega de un día para otro. Si nos quedemos quietos, resignados, abrazados al dolor perpetuo, cerramos las puertas a darle un nuevo sentido a la vida. Y perdemos la oportunidad de salir fortalecidos.
Volvemos a la vida despacio, agradeciendo los momentos de calma, los tenues destellos de alegría, la capacidad de andar, de respirar, de recibir o dar un abrazo. Apaciguamos el alma viendo en la sencillez de lo cotidiano un regalo.
Nos reconciliamos de la mano de la amabilidad, de las palabras cariñosas, de las miradas de aprobación, de la ternura y el respeto hacia nosotras mismas. Así, poco a poco, vamos ganando fuerza, sintiéndonos cada vez más cerca del amor de los que han partido.
Y un día nos damos cuenta que en nosotras está crear momentos felices, independientemente de lo que n
DEJAR FLUIR EL AMOR
Hemos iniciado febrero y, como me pasa en diciembre, siento la necesidad de hablarme bonito, de mecerme, de acariciar muy suave la vida que ahora tengo.
En febrero de hace dos años murió mi marido y en diciembre de hace muchos mi hijo. Y en esos días nuevos, de esos meses señalados, florecen destellos de gratitud, muy cálidos.
Me une a los que se han adelantado una complicidad tan íntima, una relación tan estrecha… me siento amorosamente arropada y eso sostiene mi tristeza, convierte en algo agradable mis ratos de soledad.
No sé el tiempo que me queda aquí, pero sí sé que quiero dedicarlo a querer, a amar lo que tengo; mi hijo, mi nieto, el viento, los días de sol o de lluvia, la nostalgia, las comidas con amigos, la risa, el cielo.
Vivir conlleva, a veces, dolor, sí, pero no me canso de la vida, hay tanta gente a la que quiero, estén lejos, cerca, ausentes o presentes que resulta imposible que no alegren mis días. El amor está en mí, tan solo tengo que dejarlo fluir.
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