A LAS PUERTAS DEL VERANO

Recuerdo otros junios de mi infancia, a punto de acabar el curso, cuando en el aire cálido bamboleaba ya la promesa de otro verano. Esa sensación de libertad al acabar las clases, de saber que por delante teníamos tiempo para jugar hasta tarde, incluso para disfrutar del aburrimiento.
Ahora me parece que lo que más feliz me hacía era la falta de expectativas. Creo que los niños, o al menos la yo de entonces, no esperan pasárselo bien, no se marcan objetivos, tan solo viven el momento. Por eso cada instante es una aventura. Algo a explorar, sin más, que puede acabar en risas o algún llanto que dura lo que tarda en llegar la siguiente novedad.
Luego, con la edad, eso se va complicando. Queremos acotar la aventura, obviar los riesgos, controlar, con toda la buena intención del mundo, la vida. Y dejamos de estar presentes la mayor parte del día, planeando el futuro o intentando resguardarnos en el pasado. Así no es fácil conectar con la ilusión de vivir, despertar con la alegría de empezar un nuevo día.
Ya sé que a los adultos las responsabilidades y las heridas nos abruman. Que el mundo está como está y nuestro camino no siempre es de rosas. Pero podemos sumarnos a la queja, al descontento o procurar conectar, aunque solo sea de vez en cuando, con esa parte entusiasta, amorosa, libre que todos llevamos dentro. Aunque nos de miedo, podemos elegir y hacer grande el relato de los buenos momentos de nuestra historia y, si no hay muchos, a partir de hoy podemos ir creándolos.
Mercè Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
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